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Leyendas sagüeras

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Las leyendas anónimas, con un único autor, el pueblo,se trasmiten de forma oral y de generación en generación. Hoy por hoy se mantienen vigentes en cada poblador de Sagua la Grande, pueblo apegado a su cultura popular y tradicional, por lo que poseemos ejemplos impercederos de leyendas.

El Hotel Embrujado:

hotel embrujado

Esta es la leyenda de un Hotel deshabitado que existe en la calle Carmen Ribalta, frente al parque “El Escolar”. Hace años vivían en el hotel innumerables personas, pero poco a poco el hotel fue decayendo más y más hasta que quedó vacío. Solo personas deseosas de la soledad vivían en él. Cierta vez se mudó allí un hombre cuyo nombre desconozco, pero que las personas le llamaban “Panterita”. Este, junto con su amante se hospedó largo tiempo en dicho hotel. Sucedió que un día Panterita sospechó que su amante le era infiel, hasta que llegó a lo cierto. Una noche en su cuarto la llamó, le echó en cara su infidelidad y dándole terribles puñaladas la mató. Esta, al sentirse herida, gritó espantosamente. Los vecinos al oírla llamaron a la policía que al llegar encontraron solo el cadáver de la mujer, pues él había desaparecido. Por este hecho se asegura que en esa casa se oyen gritos iguales a los lanzados por la víctima y es motivo para que nadie quiera vivir en dicho edificio. Hace unos meses vivió allí una familia que, al mudarse, aseguró que en dicha casa existían almas en pena. Hoy nadie se atreve a mudarse allí por miedo a los terribles gritos que se escuchan en la media noche.

La Leyenda del Sábalo:

Pez Sábalo de río

El caudaloso río Sagua tiene su parte más profunda al comenzar la calle Colón, antiguamente calle Real, y era aquella parte profunda del río la que los antiguos sagüeros llamaban “Charco del Sábalo”. Entre ellos había la creencia de que allí habitaba un sábalo de grandes dimensiones; muchos pescadores que lo vieron le calculaban un tamaño y peso enormes. Era un pez que no intentaba hacer daño, jamás hizo mal a alguien y cuando estaba cerca de la orilla o en la superficie del río y se aproximaba algún hombre o animal, el ruido de las aguas denunciaba que un cuerpo de gran peso se revolvía en ella, y lentamente se alejaba, calmándose las aguas. Durante el día se ocultaba en la oscuridad que proyectaban los güines que crecían espesos en la orilla del río, o debajo del cantil que tenía el charco en su parte más profunda.

Aseguraban los vecinos que de noche se oían grandes bufidos que daba el animal al salir de las aguas. Cuando perseguía a una lisa u otro pez para alimentarse y se acercaba a la orilla por “Paso Real”, la ola o marejada que levantaba en las aguas era sorprendente. Varias personas intentaron pescar al sábalo, pero él no le hacía caso a la carnada que le tiraban. Un día un pescador famoso, y gran nadador sagüero llamado Pepe Artigas, se propuso pescarlo, pero con un arpón. Cuando lo tuvo al alcance de su poderoso y certero brazo, el taimado sábalo le dio un coletazo al agua empapando al pescador, y lo único que este pudo lograr, fue arrancarle una gran escama, que era del tamaño de un plato pequeño. Parece que con el transcurso de los años el sábalo, aprovechando una de las crecidas del río, se fue al mar y no se le vio más. El único recuerdo que se guarda de esta leyenda, es el nombre que se le dio a ese lugar del río: El Charco del Sábalo.

El Charco del Güije:

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Es esta una de las leyendas de nuestro pueblo que nos aterrorizó cuando niños y que aún hoy nos estremece en recuerdo de los días de nuestra infancia. Según cuentan, en ese lugar cerca del barrio de Guata, donde el río tiene su mayor profundidad, en donde la naturaleza se revela en todo su esplendor, la corriente se precipita en un hondo charco donde la fantasía popular ha dado en decir, desde hace más de dos generaciones, que además de las jicoteas, anguilas y otros peces, está habitado por un monstruo que devora a todo el que se bañe en él, dejando como único indicio un reguero de sangre en la superficie. ¿Cómo es el monstruo? Al decir de los que le han visto, mezcla de hombre y de mono; con garras muy poderosas, dientes afilados, piel lustrosa sin pelo, en fin todo lo que posibilitaba la pintoresca imaginación del que hacía la descripción.

También decían y aún hoy se dice, que los jueves y viernes santos es cuando sale de entre las aguas a calentarse al sol, y que persona que viera, caía en sus garras para siempre. Así ha seguido la tradición y es por eso que en esa parte del río jamás se baña nadie y que personas respetables, tales como los capitanes José Vicente y Francisco Almeida, con motivo de estar persiguiendo a un bandido, dijeron que habían visto al Güije; que al verlo se zambulló en el charco lanzando siniestros gritos y que por más que intentaron matarlo, no pudieron. Así esa parte del río se ha ido llenando de misterio y aunque los años al transcurrir han tirado un velo sobre el pasado, de cuando en cuando oímos la leyenda del Güije narrada por algún anciano.

Leyendas Isabelinas:

Isabela de Sagua está situada en el litoral norte de Villa Clara, en la margen oeste de la desembocadura del río Sagua la Grande, sobre una franja de terrero que sobresale de la costa en forma de península, y se conoce por la calidad de los ostiones y la amabilidad de su gente.

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Muy conocido resulta el relato sobre Juan el Muerto, provocado por el paso de un ciclón en 1888, fenómeno natural que con fiereza arrasó con un caserío llamado Casa Blanca y causó la muerte de sus habitantes, entre quienes sólo se salvó un niño de ocho  años, llamado Juan Acosta.

Dice la tradición oral que el pequeño fue amparado por una bella mujer, vestida con un largo velo y que los lugareños asociaron a la virgen de El Carmen, patrona católica de la localidad.

Al este del bellísimo puerto de Isabela de Sagua y a quince millas de distancia se encuentra situado un solitario cayo nombrado La Vela. Este cayo solitario y aterrador a la vez, ha servido y sirve aún de refugio a los marinos cuando las tempestades los han sorprendido en las inmensidades del mar.

cayo la vela

Desde tiempos remotos las mentes de nuestros hombres, impulsados por la sed incontenible de oro, idearon el medio de poseer dicho tesoro, ellos se fundaban en que los corsarios y piratas, después de prolongadas expediciones, utilizaban inteligentemente los lugares apartados y solitarios como es el caso de este cayo, para sepultar el botín del que se apoderaban. Por esta razón también se le conoce como cayo del tesoro.

piratas enterrando tesoro 1

La superstición de nuestros convecinos llegó a tal grado, que todas sus conversaciones se relacionaban con el tesoro del cayo. Los marinos contemplaban sobre cubierta las bellezas de las aguas y como si estas, conocedoras de que su pensamiento era para el capital del cayo, tal parecía que sus olas convidaban con ecos murmurantes a que no se arrepintieran y siguieran adelante, para que sus ambiciosos pensamientos se convirtieran en palpable realidad.
Muchos de ellos, sugestionados por esta idea, encontrándose próximos al cayo, habían oído voces de seres del más allá que los incitaban a que hiciesen excavaciones para que se apoderasen del ansiado tesoro. ¡Hasta hora determinada les fijaban! Como las 12 de la noche, hora que según personas supersticiosas es la marcada por esos oscuros seres para venir a contemplar las bellezas de nuestro mundo.
En la actualidad el cayo de la leyenda es un pedacito de tierra solitario en el medio del mar, sirviendo de albergue a pescadores y carboneros que acuden a él como medio de refugio para realizar su trabajo.
Quedarán hasta la eternidad las excavaciones realizadas en aquellos tiempos por las manos vulgares de ambiciosos de oro.

Leyenda de la Poza de la Vieja Trabuco

Es este el nombre que recibió y aun conserva un pequeño tramo del río Sagua, en su margen derecha y muy cerca de los chorrerones del Hicacal, donde sus aguas forman un recodo para que el cauce bordee la parte sur de la población.
En este lugar formó el río un remanso, facilitando así un excelente baño a los muchachos que se unían diariamente formando grupos en busca de los deleites de las aguas del Undoso y de la víctima de sus maldades. Vivía allí una campesina de alma varonil, cuya diversión era derribar con su hacha el árbol del tronco más grueso, y arar las tierras con el arado que mayor surcado hiciera.
Comienza así el nombre del remanso: Poza de la vieja Trabuco, por que comienzan también los episodios que se recuerdan aún: La vieja Trabuco y los traviesos muchachos, encontrando ellos en dicha poceta el centro de sus diversiones como nunca pensaron hallar en un baño natural del río Sagua.

Mujeres en la agricultura 1024x683Muy cerca de la poceta comenzaba una pequeña finquita propiedad de esta rara campesina, que aunque rara, se ocupaba solo del bienestar de su escasa familia y de los cultivos que en sus tierras realizaba.
Comenzaron los sucesos, porque no haciendo caso los muchachos que allí se bañaban a la poca distancia que los separaba de la casa de la campesina, se bañaban sin otro traje que la piel al aire libre. Aquí empezaban los retozos que ellos mismos formaban, tales como el de “la corúa”, y así llevaban a cabo algunos más. Otras veces corrían por las orillas diciéndose toda clase de palabras mal oídas, hasta que llegaban a oídos de doña Rufina que así se llamaba, molestándola de tal modo que no podía menos que acudir a donde los bribones se bañaban, yendo con su indumento propio: zapatos de baqueta y machete en la cintura; los amenazaba, les repelía las palabras, y muy a menudo tenía que darse un baño nada refrescante, porque los perseguía hasta que se perdían de vista, después de decirse las injurias propias del caso, teniendo doña Rufina que cruzar la poceta a nado.
Estos espectáculos incitaban la maldad de los canallas quienes no faltaban un solo día a la poceta para evitarle a doña Rufina TRABUCO, sobrenombre que le asignaron por su voz fuerte y ronca y por las amenazas de que los hacia objeto.
Así fueron sucediéndose día a día dichos sucesos, hasta que algún tiempo después, quizás por este motivo, quizás por otro, doña Rufina Rodríguez tuvo que abandonar su finquita e irse lejos de quienes le proporcionaba tan malos ratos y tantas maldades que no merecía.
Ha seguido con el nombre de La poza de la vieja Trabuco solamente el lugar, porque la poza no existe, rellenada por la deposición de las aguas del río, y en la brillante finquita que cultivaba doña Rufina, solo quedan para no olvidarla, algunos árboles que ella con su arado y su machete plantó.

(Fotos: tomadas de Internet)

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